El Carmen de Bolívar se ha inmortalizado en el inconsciente colectivo como “tierra de placeres, de luz y alegría”, gracias a la canción que lleva su nombre y que fue compuesta por su hijo más insigne: Luis Eduardo Bermúdez. El reconocido músico, director de banda, compositor y arreglista, convirtió a su pueblo natal en canción, tal y como García Márquez transformó el suyo en obra literaria. Ambos hicieron de sus pueblos, con la transmutación del arte, símbolos de un país y de su gente. Esta imagen se ha exportado hoy al mundo. Sin embargo, el imaginario popular del país hace más de cien años, cuando Lucho nació, distaba mucho de ser el que hoy día se identifica con la música costeña. Aunque se ha escrito sobre el maestro su legado musical ofrece todavía grandes posibilidades para la investigación.
Lucho Bermúdez era un músico insaciable. Muy joven, antes de convertirse en el gran difusor de la música de su región, a Lucho le gustaba la música andina del interior. Esto lo llevó en su carrera a componer pasillos y otros ritmos colombianos, además de los porros, gaitas y cumbias que lo hicieron famoso. También se sirvió de ritmos extranjeros como el bolero, e incluso inventó ritmos propios como la patacumbia —fusión del ritmo africano pata-pata y la cumbia— y el tumbasón, un ritmo derivado de la música antillana, que lanzó en 1960.