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Según la ciencia, la clave para mantener la salud física y mental está a tan solo un abrazo de distancia

El sentido del tacto, esa conexión primordial con la realidad que nos rodea, es una experiencia universal desde el momento en que llegamos al mundo. Aunque se ha reconocido ampliamente su importancia para la salud física y mental, un nuevo estudio publicado en la revista Nature Human Behaviour nos ofrece una visión más detallada sobre los beneficios de las caricias.

Dirigido por Julian Packheiser, un equipo de investigadores de la Universidad Ruhr de Bochum ha llevado a cabo una exhaustiva revisión sistemática y un metaanálisis de 212 estudios que involucraron a casi 13,000 participantes. Su objetivo era desentrañar los efectos del contacto físico en el bienestar humano.

Los hallazgos son contundentes: tanto el contacto humano como con objetos, como almohadas para abrazar o incluso robots, muestran mejoras significativas en la salud física y mental. Este descubrimiento es particularmente relevante en tiempos de pandemia, donde la soledad y el distanciamiento han acentuado la necesidad de conexiones físicas.

La frecuencia de las caricias también juega un papel crucial: aquellos que reciben contacto con mayor regularidad experimentan mayores beneficios. Sorprendentemente, no importa tanto el tipo de contacto, ya sean abrazos, masajes o caricias, sino la frecuencia con la que se reciben.

Otro aspecto interesante es que la efectividad de las caricias parece ser consistente en todas las culturas y grupos demográficos, lo que sugiere que es una necesidad humana fundamental, independientemente de la edad o el género. Sin embargo, el estudio destaca que el consentimiento es fundamental para que el contacto físico sea beneficioso. Solo cuando existe un deseo mutuo de interacción, ya sea entre amigos, parejas o incluso durante el cuidado de recién nacidos, se experimentan los efectos positivos.

En términos prácticos, estos hallazgos tienen implicaciones significativas para la salud mental y el bienestar general. Podrían servir como una herramienta complementaria en terapias existentes, ofreciendo opciones terapéuticas adicionales para aliviar el dolor, la ansiedad y la depresión.

En última instancia, los investigadores esperan que estos resultados influyan en las políticas públicas, promoviendo medidas que fomenten el contacto físico en entornos terapéuticos y sociales para mejorar la calidad de vida de las personas.