Cada madrugada, cuando la ciudad aún duerme, Daniela Suárez, de 53 años, ya está en pie. Tras salir de su casa en el barrio Bosques de Pinares, llega a las 4:30 a. m. al parque Fundadores de Armenia con su termo lleno de café, dispuesta a enfrentar otra jornada. Vendedora de tintos, madre de tres hijos y migrante venezolana, Daniela es, como ella misma se define, “una entre las mejores”.
Nació en Caracas y hace nueve años llegó a Colombia buscando un mejor futuro. Desde entonces, Armenia se convirtió en su hogar. “Trabajo de lunes a viernes, me voy a las 6:30 de la tarde. Lo más difícil es no poder compartir con mis hijos esos momentos que ya no van a volver. Ir con ellos a la escuela, a las reuniones, a los cumpleaños, al Día de la Madre… me toca trabajar”.
Aun así, Daniela no se rinde. Habla con orgullo de su maternidad: “Para mí ser madre por primera vez fue súper, porque fue una hija deseada. Disfruto verlos todos los días. Eso para mí es súper”.
Su lucha diaria tiene un solo objetivo: que sus hijos tengan una vida distinta. “Yo les doy todo lo que les puedo dar, lo mejor. Que estudien, que estudien, para que no pasen lo que yo paso en la calle. Eso es lo que yo quiero”.
Con voz firme y mirada esperanzada, Daniela lanza un mensaje a otras mujeres como ella: “A las madres les digo que sí se puede, sí se puede. Yo soy venezolana, estoy en un país que no es mío y he podido. Es duro, sí, es duro, pero sí se puede”.

