El capitán Édgar Arenas, comandante del Cuerpo Oficial de Bomberos de Armenia, revive 26 años después uno de los días más difíciles de su carrera y de la historia de la ciudad: el terremoto que marcó un antes y un después para los armenios.
“Es una fecha que no se puede olvidar por lo que le pasó a esta bella ciudad”, comienza diciendo Arenas. Aquella mañana de lunes, el clima presagiaba algo inusual. El cielo estaba cubierto por nubes grises, y el frío dominaba la jornada. Arenas había terminado su turno a las 8:00 a. m. y, tras 24 horas de trabajo, decidió pasar el día en familia. Vivía en el barrio Corbones, donde, después de almorzar con su esposa y sus dos hijos, todo cambió drásticamente a la 1:19 p. m.
“Escuchamos, vimos y sentimos el estruendo. Los vidrios se rompían, los vecinos gritaban y todo era caos. Fueron segundos que se sintieron como minutos de dolor e incertidumbre. Al salir a la calle, vi cómo las casas del frente estaban destruidas, con fisuras enormes. Recuerdo que una niña, que hoy vive en Estados Unidos, sufrió una herida en su pierna porque una pared cayó sobre ella. Entre los vecinos la ayudamos, ya que no había ambulancias ni vehículos disponibles. Todo era desesperación”, relata el comandante.
El panorama se tornó aún más difícil cuando Arenas intentó comunicarse con su estación de bomberos. “Encendí mi radio y lo único que escuché fue una voz diciendo que los bomberos se habían caído. Al llegar a la estación en la carrera 23 con calle 21, el edificio estaba reducido a escombros. Algunos compañeros estaban llorando, empolvados y buscando a quienes aún no aparecían. Había tanto por hacer, pero no sabíamos por dónde empezar.”
La tragedia se extendía por toda la ciudad. El colapso de estructuras, los gritos de auxilio y la incertidumbre envolvieron a los bomberos. Arenas recuerda la llegada de los primeros refuerzos alrededor de las 4:20 p. m., provenientes de Bugalagrande. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que una réplica del sismo agravara la situación: “A eso de las 5:00 p. m., el edificio Gran Colombiana colapsó. Pensé en los compañeros que había dejado allí, y el miedo de perderlos me invadió.”
La ayuda de otras ciudades comenzó a llegar conforme avanzaba la noche y los días siguientes. “A las 9:00 o 10:00 de la noche logramos restablecer las comunicaciones con ayuda de un supermercado cercano. Ya al otro día llegaron más bomberos, la Cruz Roja y la Defensa Civil de todo el país. Fue en ese momento cuando comprendimos la magnitud de la tragedia.”
A pesar de los esfuerzos, la pérdida fue irreparable. “Fallecieron seis de nuestros bomberos, un mayor de los voluntarios, la esposa de uno de los bomberos y una señora que hacía el aseo en la estación. Fue un golpe durísimo. No pudimos asistir a los funerales de nuestros compañeros; cada familia se encargó de ellos mientras nosotros seguíamos trabajando.”
Arenas también destaca una gran falencia en ese momento: la ausencia de apoyo psicológico para los bomberos. “Vivimos nuestra propia tragedia mientras ayudábamos a otros. Hoy en día, al menos contamos con asistencia psicológica, algo que es fundamental para afrontar estas situaciones.”
El comandante concluye con una reflexión sobre la resiliencia que caracteriza al pueblo de Armenia y a su cuerpo de bomberos: “A pesar de todo, logramos recuperarnos. La naturaleza nos dio un golpe muy fuerte, pero salimos adelante. Este evento nos marcó para siempre, pero también nos enseñó a ser más fuertes y a valorar cada vida que protegemos.”