Por: Tatiana Cardona López
Docente EAM
Una tarde de viernes, de visita en la casa de mis tíos, cabe aclarar, que cualquier conversación que se tenga con ellos, por insignificante que esta sea, se convierte mágicamente en todo un debate que nada tiene que envidiarle a uno electoral (en países donde los candidatos son personas letradas y cultas, quiero decir), les compartí la indignación que me produjo haber descubierto que algunos estudiantes de un grupo habían tenido acceso previo a un control de lectura que había entregado ya en otros grupos, calificado y corregido.
El asunto pasó por todas los estadios posibles que dicho hecho podía tener: la motivación de un estudiante para copiar, mi descuido como docente al realizar el mismo examen a todos los grupos – situación justificable cuando la cantidad de estudiantes supera el centenar-, la increíble capacidad de comunicación entre los grupos aun cuando estudian en jornadas diferentes y por supuesto, mi necesidad de venganza al sentir burlada mi supuestamente impredecible prueba.
No soy el tipo de docente que lamente un cinco cuando de evaluar a sus estudiantes se trata, no. El número es simplemente el código que nuestro sistema educativo tiene para medir la capacidad de aprendizaje de un estudiante y sus posibilidades de continuar. Pero debo admitir, que esos once cincos que tuve que calificar en ese grupo, dejaron herida mi dignidad y me sembraron un sin sabor tal que nació la necesidad de plasmarlo en estas líneas.
Descubrir una copia sin pruebas es como saber que hay un culpable de un delito y no tener forma de demostrarlo. Y aunque acceder a un examen previo de selección múltiple, solo requiere aprenderse el orden de las 20 respuestas correctas y no pareciera tener las implicaciones de un delito, estoy convencida de que quien no tiene reparos en copiar, es un delincuente en potencia. Alguien a quien los límites le importan pepino y medio y de quien se puede esperar cualquier violación a la norma establecida. Un mediocre más para nuestra sociedad (como si fuera necesario aumentar la larga lista).
Después de preguntarnos sobre la dudosa formación en principios del posible culpable, maniobrar conjeturas para descifrar la forma como se filtró este examen y debatir sobre las implicaciones de la copia en el futuro profesional, llegamos a una conclusión un poco cruda pero muy acertada. Mi tío con su tono pausado y analítico, encontró la posible causa de todo el asunto en cuestión, cuando mencionó la imposibilidad de que el mediocre llegue a una Universidad. Al fin y al cabo, el sistema educativo es un negocio y cada estudiante que llega es parte
crucial del engranaje. Negarle el acceso a un aspirante, solo porque su formación previa no es suficiente, no solo deja sin unos dividendos a la Institución sino que pone en tela de juicio la capacidad de inclusión de la misma. Por esta razón, el nivel académico de los estudiantes que comienzan una carrera universitaria, no siempre es el mejor. Pero ¿a qué se debe este bajo nivel? Cuando llegamos a este interrogante, apareció el argumento que mi tío defendió con maestría: “Ese estudiante no debió ser bachiller”. Y tiene razón, porque la cuestión no es buscar culpables como si encontrarlos le diera solución alguna al asunto. Sin embargo, entender el origen del bajo nivel académico de los egresados de secundaria, sí nos da luces para comprender de dónde viene el problema. Y sí, algunos colegios públicos y privados gradúan estudiantes no capacitados para enfrentar la educación superior, sin tener en cuenta que esos jóvenes que llegan con vacíos conceptuales, sin capacidad de comprensión lectora, con una orientación vocacional flaca y desubicada, son los primeros que acuden a la copia para aprobar sus espacios académicos, los tramposos, los vagos, los futuros profesionales que hacen quedar mal el nombre las buenas instituciones.
Al final, cuando compartí con mis tíos todas las ideas de venganza que tenía: hacerles preguntas en voz alta, repetir el examen, darles cantaleta, bajarles la nota… Decidí que leería en clase el artículo de Daniel Samper titulado “El derecho del estudiante a copiar” y así lo hice, no sin antes seguir el consejo que ellos me dieron al respecto cuando mencionaron “Que les quede claro que usted se dio cuenta”. Ni más faltaba, mi dignidad no iba a ser pisoteada por la habilidad de unos cuantos para copiar. Aunque en realidad, no se trata de dignidad, ni de orgullo, más bien es una curiosidad eterna de saber quién fue y cómo lo hizo.
Como les dije en clase aquella noche de viernes, “Yo no pierdo nada si ustedes copian, el que copia es el que pierde”.