Por Tatiana Cardona López
Docente EAM
Caminando rumbo al trabajo, vi pasar una caravana fúnebre encabezada por el carro que conducía al difunto a su destino final. Una cinta morada en la parte trasera, tenía inscrito en letras doradas el nombre de quien ya no respira más. Los rostros de quienes seguro eran sus familiares y amigos, lucían tristes y desolados. La velocidad no superaba los 30 kilómetros por hora y las flores decoraban algunos de los vehículos que conformaban este tradicional desfile de despedida.
La escena me llevó sin pensar, a recordar todas las personas con quienes compartí alguna vez un abrazo, una conversación, una sonrisa y que ahora ya no habitan este planeta. Unos más cercanos, otros apenas conocidos, todos se marcharon dejando a su paso la tristeza y el dolor que deja la muerte en su círculo más inmediato. Ya no están, pero viven en el recuerdo y tendremos siempre la oportunidad de darles vida en nuestra imaginación.
Todos vamos a morir, no sabemos la forma ni el momento, pero si algo es seguro es que nuestro corazón un día dejará de latir y frente a esa realidad inminente, no nos queda otra salida sino disfrutar cada segundo de vida. Pareciera una frase de cajón, sin embargo no tenemos otra alternativa.
Lo cierto es que pocas veces pensamos en la muerte, evitamos proyectar esa realidad y en la mayoría de casos, le tememos, no solo a la nuestra sino a la de nuestros seres queridos. A pesar de esto, algunas personas tiene un trabajo espiritual más desarrollado y aceptan la llegada del final como un simple paso más del proceso vital. Su visión ha trascendido los temores y ha alcanzado la maravillosa comprensión de que nuestro tiempo tiene un límite.
Cada quien experimenta su existencia de una forma diferente y, así mismo, invierte su tiempo en lo que considera más importante. Hay quienes después de muchos años de trabajar sin descanso, deciden retirarse y dedicar sus días a cultivar su espíritu, a la contemplación y el disfrute. De igual manera, los hay trabajadores imparables que no dejan ni cinco horas diarias al reparador sueño nocturno.
No existe una única forma que le permita al ser humano aprender a disfrutar sus días con total plenitud, pero algunos autores defienden que la gratitud es un ejercicio que nos facilita la valoración de todo aquello que nos rodea. Incluso, recomiendan realizar afirmaciones diarias en las cuales se enumeren todas aquellas cosas por las cuales estar agradecidos.
Y sí, aunque cada ser es un universo diferente y libre de asumir la muerte de acuerdo a su percepción, valdría la pena poner en práctica el agradecimiento. Entrenar nuestra mente para que abandone la queja y comience a ver motivos para estar agradecido: el sol, las montañas, el viento, el agua. Al fin y al cabo, estamos vivos y esta es ya una razón para decir ¡Gracias!